Espero que las navidades os estén yendo estupendamente a todos. Yo he andado un poco liado este mes de Diciembre debido a mi visita a España y al curro a la vuelta.
Hoy voy a hablaros especialmente sobre el viaje de vuelta. Hacía calor, Málaga 17 grados, Diciembre, no me lo podía creer, y ahí estaba yo, con mis botas, mi chaquetón soviético y la sudadera en la mano. Tras despedirme de mi familia procedí a dirigirme a la puerta de embarque y toda la parafernalia.
En la cola, mientras me comía de bulla y corriendo un bocadillo de pollo vi que embarcaba dirección Eslovaquia un personaje de la escena popera Granadina, en ese momento y con la boca llena de pollo pensé, el mundo, querido Carolo, es un pañuelo.
Tras elegir mi asiento, que como costumbre suele ser cerca de las alas, pues me gusta ver el funcionamiento de los Flaps y de los Breaks en los aterrizajes, me di cuenta que una madre y su hijo decidieron sentarse a mi lado. No me di cuenta de lo que ocurría pues estaba con la música a todo carajo (como es usual), cuando me quité los cascos me percaté de que el niño, sentado a mi derecha estaba hablando alemán.
Resulta que era un chico muy gracioso, y yo podía entender parte de lo que él decía, “Mamá mira cuanta gente en esa pegatina!” , “Ahora la gente tiene máscaras”, ”Ahora toda esta gente sale del avión porque hay fuego, corre, rápido” a lo que yo no pude evitar decir “mejor que eso no ocurra, pequeño”. Y con esto establecí conversación con la madre. Resulta que el pollo de cuatro años era Español, de madre Eslovaca y de padre Austriaco, así que el nene, con sus cuatro añitos, hablaba Español, Alemán, y un poco de Eslovaco “porque si no, la abuela no me da regalos por navidad”. Definitivamente, si alguna vez tengo críos me gustaría que fuesen multilingües, como los deuvedés.
Tras ver dos películas sobre un perro rojo llamado klein hunt o algo así, y quedarme torrao unas cuantas veces aterrizamos en el aeropuerto de Bratislava donde conocí a un malagueño mientras esperábamos el bus. Se dirigía a Viena para hacer una prueba de selección para ser cocinero en la embajada. No hablaba Alemán y me atrevería a decir que su inglés no era precisamente fluido. Así que le dije que yo también iba a la estación de trenes y podíamos ir juntos en el bus.
Tras comprar los billetes correspondientes empezamos a contarnos las típicas historias a lo que él apelaba “hostia que blanco está este país”, “Joder, son las 3 de la tarde y está anocheciendo” . En el bus, estando este completo, se acercó una chica y el perfecto desconocido le dijo, “siéntate guapa!” a lo que la chica respondió en un perfecto español “no gracias, estoy bien de pié”. Nos quedamos los dos de piedra. Acto seguido ella nos contó que estudiaba filología Española y nos preguntó qué hacíamos ahí, y por qué habíamos dejado nuestro soleado país para vivir en el centro Europeo.
Finalmente llegamos a la estación donde el perfecto desconocido compró su billete hacia Austria y yo comprobé desde qué andén salía mi tren ,procedente de Hungría. Acto seguido acompañé al perfecto desconocido a coger su tren, no sin antes desearle suerte con su entrevista de trabajo. Como hacía un frío de tres pares de cojones (-8º DENTRO de la estación) decidí ir a tomas un café en un pequeño antro llamado Káva a Internet, dónde las camareras, muy Eslovacas ellas, me mandaron a la mierda (primero en Eslovaco y luego en Alemán) por que el bar estaba lleno “pero no ves que no hay mesas libres?!?!?!?!?” (Me río yo de la mala follá Granaína).
Así que nada, a esperar en la estación con TODA LA CARAJA a que viniese el puto tren de Hungría. Primera noticia, tren retrasado 20 minutos. Segunda noticia tren retrasado 50 minutos. Tercera noticia? Tren retrasado 80 min. Por aquel entonces me había bebido dos cafés de la máquina expendedora y un bocaillo de chóped.
Mientras me comía el bocaillo presencié unas cuantas escenas dignas de mención. Yo estaba advertido de que la estación de trenes era un lugar bastante “curioso” (un local me lo dijo), pero nunca me imaginaría que fuese así. Gente, mucha gente, gente elegante, gente menos elegante, gente con esquís, snow, gente corriendo, gente esperando, policías, pobres, delincuentes comunes huyendo de los policías, pero lo mejor son los yonkis. Yonkis que hablando perfecto inglés para pedir cigarros o limosna y que pelean (literalmente) por el único radiador que hay en la estación.
Y ahí me hallaba yo, muerto de frío, con la bufanda tapándome la cara, el gorro, la capucha tapándome todo de tal manera que solo se me veía los ojos, presenciando como un yonki, el típico pobre que lleva MILLONES de bolsas y un snowboarder se peleaban por meter las manos entre el radiador.
Lo crean o no, llegué sano y salvo a mi casa ( o es que esperaban menos? ). Y al día siguiente a currar, hasta hoy. Sí, he currado en noche buena y el día de navidad. Sí estoy con la depresión post once días alcohólicos en mi tierra. Y sí no voy a poner más coñazo pues ya habéis tenido suficiente, al menos por hoy.
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